Scusa ma ti chiamo amore.

—Porque ahora es ahora. Y nosotros somos nosotros.
Niki mete la cuchara en el cuenco de Alessandro y prueba un poco de su helado. Luego la mete en el suyo, coge un poco de chocolate y se lo da a Alessandro en la boca. En cuanto la cierra, Niki de inmediato coge más helado y vuelve a dárselo. Pero en vez de esperar a que trague, le mancha los labios. Como cuando uno se toma de prisa un café y se le quedan «bigotes». Entonces Niki se acerca muy despacio. Cálida, sensual, deseable, y empieza a lamer esos bigotes dulces, y un beso, y un lametón, y un mordisquito. «¡Ay!» Y luego una sonrisa. Y, uno tras otro, esos besos saben a esos bigotes de chocolate, y de nata, y de coco. Y así sigue, sonriente, lamiéndolo con tierno afán. Luego se apoya en él sin querer.
—Eh, qué pasa, ya te lo he dicho... me encantan los Bounty...
Alessandro la besa, y se dejan ir, y apagan las luces y se derrite un poco el helado. Y un poco también ellos... Y poco a poco los invade un sabor. Y juegan, y bromean, y colorean las sábanas de gusto y de deseo y de juegos alegres y ligeros y atrevidos y extremos... Por un momento, Alessandro piensa: ¿Y si alguien entrase ahora? Serra y Carretti. Los policías de costumbre. Socorro. No. Y la nata desciende lentamente por sus hombros, y chocolate y vainilla y más y más abajo, con dulzura, lentamente por ese suave surco. Y la lengua de Niki y su risa y sus dientes y un beso... Y todo ese helado que no se malgasta... Más. Y más.  Y frío y calor y perderse así entre todos esos sabores. Y de repente... pufff, cualquier problema, dulcemente olvidado.
Noche. Noche profunda. Noche de amor. Noche de sabor.

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